Recuerdo desde muy pequeña tener problemas de salud; cólicos durante la noche que me impedían dormir del dolor; infecciones y la sensación de que el mundo no era un lugar seguro. Al llegar la adolescencia, empezaron los dolores musculares y articulares, tenía rigidez al levantarme y muchas contracturas, ese malestar físico y emocional me llevó a tontear con las drogas desde muy pequeña.

Durante años seguí mi vida ajena a lo que estaba sucediendo, mi cuerpo gritaba pidiendo ayuda, pero yo me creía destinada a sufrir esos síntomas el resto de mi vida, y cuándo acudía al médico buscando respuestas, éste me recetaba diferentes medicamentos sin escucharme realmente.

Cuándo mi madre murió, conseguí la tutela de mi hermana pequeña haciéndome cargo yo sola. Fue una época muy estresante, y claro, aparecieron todavía más síntomas: dermatitis seborreica, extrañas alergias, candidiasis, ansiedad, mas dolores y atracones, ayunos-atracones, acabando en una relación disfuncional con la comida.

Llegué a tocar muy fondo, pero ahora entiendo que ese sufrimiento transformó mi vida, y gracias a él estoy ahora mismo aquí.

A raíz de mi historia personal me convertí en una buscadora incansable, probando todo tipo de alimentación y hábitos, leyendo cualquier cosa que me pusiera acercar a las respuestas, estudiando ciencias tradicionales,  Psiconeuroinmunología y  biodescodificación, participando en retiros de meditación y yoga y transitando trabajos de constelación, psicoterapia transpersonal, humanista y  asistida con plantas…

¡Probé cualquier cosa que pudiera ayudarme a sanar un poquito más desde la raíz!

Hasta que finalmente y después de un largo proceso de 10 años, entendí que para sanar es necesario ir al origen del desequilibrio y encontré el la nutrición y psicología la manera de ayudar a las personas, convirtiéndose en mi ikigay.